Reseña del libro “El Lobo Estepario” (2014)
Si escribo estas líneas es por una simple motivación personal, un desafío que siempre he tenido en mente cumplir. Beethoven[1] me acompañará mientras escribo, como el verdugo que camina junto al mártir, por el sendero donde han encontrado la muerte centenares de héroes idílicos.
Y no es para menos.
Hace ya dos años que llevo un libro a cuestas, una de esas obras que se distinguen fácilmente, porque manchan con una tinta sangrienta las páginas en blanco del libro de nuestras vidas. Y es que El Lobo Estepario[2] de Hermann Hesse no es un libro para cualquiera.
Recuerdo fríamente las pocas ocasiones en las que he tenido la sin suerte de leerlo. ¡Tres serían y ya no más! ¡Nunca más! Es un libro que me atrapó en sus redes y se aferró tan fuertemente a mí, que corre por mis venas como un elixir que emana de vez en cuando por mis sentidos, como una fiera salvaje que escapa de su jaula.
Le tengo miedo, debo reconocerlo. Un terror que con razón, me obliga a escribir este ensayo sin más base que los vagos recuerdos de frases y noches de insomnio, de días de reflexión, hundiéndome lentamente en el barro de la desidia y negación.
Les costará creer en mis palabras a los más afortunados, a los que creen, y creen además en la buena suerte y ven el mundo con otros ojos (y claro, a los que no han leído este libro). Bueno, la verdad es que tampoco quiero aburrirles con tanta cháchara sentimental, ni mucho menos quiero que se malinterprete mi intención de instarles a leer el libro, porque quizás más de alguno, en su ingenuidad o irrisoria valía, termine como uno de nosotros.
Si, esta vez nos lanzaremos a la aventura, enfrentaremos a la estepa. Les invito a completar juntos este desafío. Seamos todos unos jóvenes lobos esteparios. Busquemos la respuesta a nuestra indescifrable predisposición a caer en las redes de este libro. Encontremos las sin razones de nuestra predestinación. Pónganse en mi lugar, usen mis zapatos, escuchen la música que escucho, actúen como yo, o aún peor, como Harry Haller, el maldito protagonista de esta historia.
Gracias a dios aún somos lo suficientemente jóvenes para hacerle frente. Tenemos esa ventaja o desventaja de todavía no haber terminado de probar el Fruto Prohibido. Siéntanse jóvenes los más viejos, y los que ya son jóvenes, siéntense a mi lado, si no todo esto terminará por agobiarles y, leyendo el vómito de mis reflexiones, acabarán desconcertados.
Entonces, ¿Cómo es posible que un libro pueda decir tanto de nosotros? Siempre creí que uno mismo tenía que escribir por necesidad y Mircea Cartarescu, un famoso escritor de la literatura onírica europea, lo dijo mejor que yo cuando le preguntaron por qué era que escribía: “no encontraba en los libros algo que necesitaba, que me dijera algo acerca de mí”[3].
¿Qué hace de El Lobo estepario un libro tan extremadamente intravenoso, que no tengamos otro remedio más que el de inyectárnoslo o pasar de largo si es que tenemos la oportunidad, para luego resignarnos al estereotipo común y corriente? El culpable podría ser nuestro propio orgullo, aspiracional claro está y que ciego por la valía, por la ingenuidad, por nuestra propia debilidad, nos haya dejado caer irremisiblemente y dejado ahogar.
De todas formas si queremos complacernos aún más, será necesario contextualizarnos queridos lobeznos: El Lobo Estepario fue escrito en un período que a tajo abierto, separó indefectiblemente a dos generaciones, o quizás más. Un período de entre Guerras y Guerras.
No mentía Ortega y Gasset al decir en muchas de sus conferencias, que las ideas, como la ley de la gravitación universal, si eran aceptadas eran porque algo en las personas de esa generación (la generación de Newton en este caso), compartían un no sé qué, algo que les unía intrínsecamente, y como un océano, al verter en él la luz de los nuevos conocimientos, prendía de a poco sus focos, como también pasa cuando dejamos caer tinta en un vaso con agua.
¿Actuará de la misma manera El Lobo Estepario entre nosotros? ¿Será solo una cuestión generacional? ¿Será que las generaciones afectadas tenían un lobo estepario en su interior, que solo necesitaba ser nombrado para liberarse? Pues no hay mucho que reflexionar al respecto.
Hesse lo que nos dio fue un nombre, y peor aún, nos regaló una forma de vida. La describió para nosotros, nos dijo como teníamos que comportarnos, como debíamos vestirnos o que mirada lucir. Somos jóvenes, permeables jóvenes. Débiles pero al mismo tiempo lo suficientemente conscientes de nosotros mismos. Arrojados a un mundo que no elegimos, a situaciones que nos fuerzan, que ponen a prueba nuestra voluntad. Ese tipo de personas son parte de nuestra generación.
Entonces, ¿Cómo es posible que un libro pueda decir tanto de nosotros? Pues, porque nosotros elegimos. Porque, las páginas de nuestro libro, ese que todos los que son como nosotros aspiran a escribir, estaban en blanco y esperando ansiosas, febrilmente, un poco de tinta con la que empezar.
Por otro lado, está más que claro, que los lobos, nosotros mismos, no nacemos si no que nos hacemos, pedimos prestada esta nueva idea. Para profundizar aún más y divertirnos un poco, podríamos decir que en El Lobo Estepario encontramos claramente tres secciones.
La primera en síntesis habla de este extraño ser, le describe objetivamente, como mero espectador. La 2da parte es el “Tractat del Lobo Estepario”, terroríficamente, una pregunta que no podrá responderse nunca es que, avanzando en su lectura, ¿Descubrimos que somos un lobo estepario?¿O simplemente se desata en nosotros y ve a esta guía, el tratado, como un viejo amigo con el que se encuentra luego de un extenso letargo? (Qué horror, como si no hubiera sido suficiente con la sección anterior por el hecho de encontrarnos tan semejantes a ese ser)
Y luego una tercera parte, la narración en sí, el ejemplo de vida de Harry Haller, y que constituye para mí y seguramente para todos nosotros los lobos esteparios, la peor parte del libro, porque nos llena de una espléndida esperanza que sabemos, no vamos a poder alcanzar.
No, el libro acaba para nosotros en la segunda sección. Quién diga lo contrario no es suficientemente digno para estar leyendo estas páginas o es un insensible, que no ve a un ser que sufre en su contradicción, en su maldita dialéctica quizás cuándo creada.
Podríamos resumir todo lo anteriormente dicho, con la frase “De la Estepa al Lobo” ¿Por qué? Pues es muy sencillo mis contertulios. La estepa es la que hace al lobo, pero el lobo luego siempre existe sin la necesidad de la estepa. El movimiento es horizontal, y sin más preámbulos, sabemos que no tiene vuelta atrás.
Es una marcha que con algo de suerte si nos damos el lujo de creer en eso, no para y sigue y sigue, monótona, rutinaria, y al mismo tiempo hasta quijotesca, porque somos tan conscientes de nosotros mismos, característica universal en nosotros los lobos esteparios, que luchamos siempre contra nosotros, nos engañamos, nos mentimos, lloramos de angustia y desesperación, pero luego reímos con gracia, con algo de finura si saben a lo que me refiero, porque sabemos que estamos atascados profundamente en el agujero de la tinta sangrienta, y si nos movemos, más nos hundimos, y si nos quedamos, también.
¿Será finalmente que después de la desolación, de reducir nuestro mundo a una abyecta estepa, nosotros no tengamos otra alternativa más que la de convertirnos en lobos y vagar? ¿Podría ser que esa Guerra, aquel ejemplo de autodestrucción humana, sea comparable por ejemplo a la Dictadura que sufrió nuestro país hace ya más de cuarenta años?
Pues, querámoslo o no, el sistema legado en el que vivimos, normativo, neoliberal (para colmo) y yo diría hasta más terrible, con el sentido común como enemigo y amo, inalcanzable e indestructible, nos empuja míseramente a nuestra perdición, a la lectura de las páginas de esta llamativa y peligrosa tinta sangrienta, y que en nuestra permeabilidad, en nuestra propia juventud, nos ataca con ahínco, sin dejarnos escapatoria.
Pues yo soy de aquellos, los que piensan que este libro debiese de estar prohibido para las personas como nosotros. Me gustaría creer en nuestra salvación, dios sabe que sí. Pero, no crean que la sombra es tan sombría.
Con el tiempo, lobos y nada, siempre aprendemos, como un Géminis aprende de sus errores. Sabemos finalmente, como también lo sabe Haller, que “sin amor de la propia persona es también imposible el amor al prójimo”[4].
Esa frase nos lleva a plantearnos seriamente quienes de verdad, entre nosotros, merecen llevar el nombre de lobo estepario. Y es que de todos los animales, quizás seamos nosotros los más rancios y energúmenos, porque vivimos en la paradoja de vivir y no vivir en la estepa, de necesitar y no a los otros y a nosotros. De querernos y al mismo tiempo no.
Sabemos que somos hombres, jóvenes, que volvemos (dios sabe que es una plegaria) a nuestro estado natural, cuando vislumbramos un poco de amor hacia nosotros mismos, cuando de misántropos nos volvemos filántropos. Cuando aun así, no miramos con ironía todo aquello, y olvidamos por un momento lo que somos. (O queremos creer que somos).
Para finalizar nuestro viaje, Humberto Maturana como siempre, ya no nos sorprende con una de sus frases: “Los jóvenes buscan darle sentido a sus vidas”[5]. Eso somos nosotros, y en esto nos convertimos. Nos gusta ser lobos. Y aún más cuando nuestro rol, nuestra vida, fue descrita por Hesse en esas páginas muertas.
El sentido que le damos, aunque sacrificado y cruel, no puede considerarse sencillo por haber tomado prestado una imagen y su significado. Simplemente somos eso. Llevamos con nosotros a un lobo estepario que despertó cuando fue nombrado por nuestras bocas maltrechas ya. Y despierta cada vez más seguido, oliendo como una fiera a su presa, en una estepa que le hizo lobo.
Ahora si lo desean, despójense de su disfraz. Ha concluido el juego. Hemos hecho de este ensayo un espacio más de preguntas que de respuestas, sí. Pero el tiempo acabó, ya es de madrugada, y tengo que salir de cacería.
[1] Específicamente me acompañará con la sinfonía no. 3 “Heroic”, el concierto para piano y orquesta no. 5 “Emperor” y luego para concluir el ciclo conducirá para nosotros la sinfonía no. 6 “Pastoral”.
[2] Hesse, Hermann. El Lobo Estepario; Relatos Autobiográficos. México, Editorial Porrúa, 2011.
[3] Impedimenta (2011). Entrevista a Mircea Cartarescu. Extraído el 12 de Octubre, 2014, de http://impedimenta.es/prensa.php/entrevista-a-mircea-cartarescu.
[4] Hesse, Hermann. El Lobo Estepario; Relatos Autobiográficos. México, Editorial Porrúa, 2011, página 9.
[5] Diario La Nación (2006). Entrevista a Humberto Maturana. Extraído el 12 de Octubre, 2014, de http://www.lanacion.cl/noticias/site/artic/20060608/pags/20060608210658.html.