El Hombre y la confrontación con La Muerte

INTRODUCCIÓN

La muerte desde siempre ha sido una idea que ha interesado a los más grandes pensadores de todas las épocas, no únicamente por ser en sí misma un misterio y tener cientos de interpretaciones como autores han existido, sino por su banalidad, por su cotidianeidad, puesto que “la filosofía de la muerte está hecha para nosotros por su proximidad[1]. A esto se suma el incomparable poder e influencia que tiene sobre nosotros, tanto que para ser capaces de vivir con ella, de pensar sobre ella, escogemos entramparnos. Siempre será la muerte del otro, sea cercano o lejano, nunca nuestra propia muerte. La muerte suscita muchas preguntas, algunas quedarán en el aire y las respuestas lucharán entre sí con el paso del tiempo.

Entre ellas hay algunas que específicamente tendrán nuestra atención y guiarán la construcción de la superestructura de este ensayo: ¿La muerte es el punto final de nuestra existencia? Nosotros, el hombre y mujer modernos, ¿Qué noción de la muerte tenemos que nos permite aferrarnos a la vida? Y, claro está, ¿Existe un deber vivir o únicamente un deber morir?

Es sin lugar a dudas una gran empresa la que iniciaremos en esta monografía. Un trabajo que heredamos las nuevas generaciones que se ha denominado el problema de la muerte. Reconoceremos en ella el motor de nuestra existencia y procesos vitales, es decir, tanto una voluntad vital como una condición vital.

La muerte, el hombre y la cultura

La muerte es en suma la prueba de la existencia de todo lo que podemos llamar ser vivo, y fuera de este es también “una idea que pertenece a los elementos constitutivos, no sólo de nuestra conciencia, sino de toda conciencia vital[2], puesto que está presente en todo ser viviente que se aferra a la vida. Allí la muerte no está en si misma, pero su sombra se proyecta como una certeza intuitiva, que se expresa en un fiero horror a la muerte. Se trata de algo más profundo, ignorando las revelaciones empíricas que se pueden encontrar respecto a la muerte, como lo sería el envejecimiento. No por nada la muerte es “la enfermedad de las enfermedades[3], la enfermedad incurable e ineluctable.

Si nos concentramos únicamente en los seres humanos, la relación entre el hombre y la muerte nunca ha sido tan clara. Y es que desde que el hombre se convirtió en el “homo faber” una prueba de su humanización ha sido el poder que tiene la muerte para encaminar su propia existencia. Las sepulturas son una prueba de esa humanización, pues dejan entrever una ritualización del morir y en muchos otros casos una certeza de la muerte a la cual se quiere vencer.

Por lo anterior es que Morin colige que “la conservación del cadáver implica una prolongación de la vida[4] y es el mismo cadáver al que podríamos llamar la sombra de la muerte, al no ser este más que un reflejo de la anterior que suscita las emociones que dieron fruto a los ritos funerarios. Por ejemplo: está ese miedo al contagio de la muerte a través del cadáver. La muerte entonces en un principio no fue lo que hoy conocemos como muerte, sino que era una aproximación a lo que podríamos llamar “una especie de vida que prolonga la vida individual[5].

Es impresionante entrever como el recurso de la inmortalidad en sus muchas interpretaciones (lo son la reencarnación o la vida eterna por ejemplo) aparece al principio como un símil de la muerte, en cuanto se consideraba los muertos tenían vida propia, y escala a nuestros días como lo que sabemos que es, un arma para enfrentar el beso de la muerte a través de la supervivencia artificial que el intelecto junto a la ciencia sádicamente buscan.

La contradicción es clara e insistente, la muerte como negación de la vida es el motor de la existencia vital de los seres vivos. El propio horror que produce y que nos hace querer alejarnos de ella es lo que en síntesis condiciona nuestra vida. Como dice Montaigne “No sabemos dónde nos espera la muerte: esperémosla en todas partes[6]. Es esa simple pero rigurosa noción de la muerte la que condiciona todo nuestro vivir. Claro, en aquellos tiempos la muerte expresaba su existencia mediante el riesgo o el peligro que eran rápidamente suprimidos con los ritos funerarios y promesas de esperanza que eran reconocidas como más allá de su comprensión. No, no podía ser simplemente ese el final y el hombre desde entonces ha trabajado incesantemente su imaginación para esquivar con astucia a la muerte.

No es ya un muro, sino que una noción que conduce nuestra existencia, y aunque nos impide seguir viviendo, “al mismo tiempo comprendemos que el hombre no sería él mismo un hombre sin la muerte[7].

Avanzamos en el tiempo y el hombre toma cada vez mayor conciencia. Su intelecto construye nuevos sistemas para justificar su propio proceso vital. Sabemos que “el temor a la muerte es general a los seres vivientes[8] por su propia reacción al peligro o riesgo que tienen características mortales. Es una noción preconcebida como condición en toda conciencia vital. Por alguna razón se aferran a la existencia. El hombre además posee algo aún peor y es la “certeza de la muerte al estar dotado de razón[9]. Es así como el hombre tiene que buscar la forma de adaptarse a la idea de la muerte, y es en ese momento cuando reafirma su propia individualidad. Sabe que la muerte le quitará eso que le es tan preciado por lo que se trauma profundamente. El deseo de conservar su propia individualidad es lo que despierta el deseo de la inmortalidad.

Una nueva noción de la muerte empieza a surgir al complejizarse la representación que el propio hombre entiende del mundo. Se da por sentado que el hombre obtiene al nacer un presupuesto de vida y esa vida es sostenida por la estructura de la esencia de la muerte, que no es un punto al final de camino, como se mencionó anteriormente, sino que es una idea que organiza nuestro proceso vital.

Al nacer tenemos un largo camino por recorrer hablando en términos generales. Lo vivible es extenso y llano, lo vivido es poco y muy cercano. Construimos nuestras vidas según dicta la esencia de la muerte. Tomamos conciencia que en nuestra adultez por ejemplo lo vivido sobrepasa ya a lo que nos queda por vivir. Empezamos a reconocer en la muerte un motor creador de experiencias y conciencia de límites.

Nuestra vida pasa a ser una totalidad cerrada que no tiene ningún, y déjenme hacer hincapié en lo siguiente, valor objetivo. La esencia de la muerte en la estructura de nuestros procesos vitales empieza a conferirle valor a las cosas pero de manera individual. Si antes se empleaba el recurso de la inmortalidad para evitar el problema de la muerte, el hombre moderno simplemente la evita.  Olvida la muerte. Y es que el hombre moderno piensa con números. Calculamos lo que nos resta de vida tal como lo hacemos con el dinero. Su propia individualidad es consumida por el sistema. Empieza a morir la muerte a través de los demás y olvida que debe también morir su propia muerte. El horror a la muerte se hace más intenso en la medida que la individualidad del otro es más especial. Pero el hombre moderno se niega a morir su muerte. Cree que la ciencia y su intelecto acabarán dándole en bandeja de plata su supervivencia, cuando solo pueden suministrarle la esperanza de la falsa supervivencia, aquella en la que se han erradicado todos los males y peligros. Mientras tanto, ciegamente vivirá. “Quién conciba su existencia como puramente contingente tendrá que temer perderla con la muerte[10], y la vida del hombre moderno no puede ser resumida más que como contingente.

La muerte es algo que en todo momento creemos poder economizar. Nunca es necesario morir[11]. Lo anterior explica en términos simples lo que se mencionó anteriormente y agrega una arista más a la cuestión. ¿Tiene sentido el devenir del hombre moderno? Justamente “la ausencia de sentido le confiere sentido a la vida[12], pero el único sentido que el hombre moderno adquiere con su noción de la muerte es la del “Progreso sin sentido[13] (Aquel progresar mismo se vuelve el sentido del progreso).

Podríamos aventurarnos y decir que el hombre moderno carece esencialmente de un proceso vital propiamente tal ya que “la muerte es una elemento necesario y evidente de toda posible experiencia interna del proceso vital[14]. La represión que el hombre consuma por sobre la idea de la muerte es en realidad algo general y natural que nos hace posible vivir a un ritmo y tiempo dados, es decir, no caer en la inmovilidad. Pero la represión general de la idea de la muerte del hombre moderno lo lleva a un estado de “frivolidad metafísica[15]. Se convierte en un tipo de hombre que estructura sus vivencias no en aras de la muerte sino en los brazos del trabajo y la ganancia, que terminan obteniendo finalmente impulsos propios potenciados por el sistema capitalista.

Es en el hombre moderno donde “la muerte ya no existe, pues su idea no atemoriza[16], ya que deja de pertenecer a su vida, a su proceso vital, y le ve como un extraño que aparece en el camino. Aquí la muerte natural entendida como el deber ser de la muerte del hombre es reemplazada por la muerte artificial, que tiene un carácter catastrófico y justifica la indiferencia del hombre moderno hacia la muerte.

No hay mejor ejemplo para describir este caso que la muerte de Iván Illich, donde recién al final por un “tropiezo” en su vida, se enfrenta solo, abandonado, a la muerte. Experimenta condensados en unos momentos todo el horror que pudo haber organizado durante su vida conforme a la estructura de la esencia de la muerte. Y Tolstói no se queda atrás con la representación de la muerte y le describe como una bolsa negra que acabará de consumir todo. Iván Illich es el tipo de hombre moderno, alguien extraviado que finalmente logra morir.

El resultado de vida que confiere esta compleja noción de la muerte es la siguiente: El hombre moderno “morirá alguna vez tan sólo como un otro para los demás, cuando también debe morir para sí[17]. Perderá finalmente lo que más quería proteger, es decir, su propia individualidad, sin siquiera tener la posibilidad de poder disponer de su propia muerte. La imagen que creó de sí mismo será la única que terminará muriendo pues nunca la hizo parte de sí. Sería entonces como morir o ver morir el reflejo de alguien en el espejo al este ser destrozado. El método sano, dónde la muerte era un poder guía y parte de su vida se perdió hace mucho tiempo. Terminó amputando de su propia vida parte de realidad y sustancia, al olvidar la muerte y concentrarse en lo material, en los negocios, por considerar a la muerte indeseable, un freno para la ganancia individual.

Si se aferran a la vida los hombres y mujeres modernos no es más que por su inquebrantable ceguera justificada por el avance tecnológico y la indiferencia que le tienen a la idea de la muerte. Vivir para ellos no es más que un acto reflejo. Algo así queda representado en el anime llamado “Kaiba” dirigido por el gran Masaaki Yuasa donde sí se justifica en parte el vivir por el simple hecho de vivir ya que la muerte como tal no existe.

Esto debido a que en ese mundo ficticio la ciencia alcanzó tal nivel de desarrollo que morir no significa la muerte como tal, ya que los recuerdos y experiencias pueden ser guardados en bancos de datos y ser traspasados a otros cuerpos, lo más cercano a la inmortalidad. Allí, paradójicamente, gran parte de los personajes desean la muerte.

Acotaciones a la siguiente sección

Muchos son los avances en los que la muerte ha estado presente. Ha empujado grandes empresas colectivas e individuales. Ha actuado demográficamente y pareciera ser que equilibra la vida en nuestro planeta. No es de extrañar que el hombre la haya considerado una gran enemiga, y al mismo tiempo una gran amiga.

Ese respeto que se ha perdido, que había dado tantos frutos, entre sinfonías, libros, herramientas, etc, hoy pareciera ser que sólo es mantenido por aquella parte de la humanidad que se conserva sólida, que le permite estar acompañada por la muerte, haciéndola parte de su proceso vital. Eso es lo que Kant llamaría ética, “disciplina que nos enseña a merecer la felicidad; y merecer significa tener dignidad, dignidad que surge de la autonomía para la cual la vida es fundamental[18]. Y la vida en esencia contiene a la muerte.

Para responder a la última pregunta que necesitábamos para construir esta monografía vamos a concentrarnos en una arista que nos da la problematización de la muerte, es decir, hablo de la obligación moral de vivir. Mejor dicho, del deber moral de vivir.

Existen muchos autores que han tratado de dar solución a este pero antes de consumar nuestra tarea quiero referirme al deber moral de morir.

¿Existe un deber moral que me obligue a morir? Aunque suene contradictoria es igual de cierta que la siguiente pregunta: “¿De qué anomalía metafísica vendría el derecho a no desaparecer; contrapartida lógica a la formidable suerte de haber aparecido?[19]. Y es que moralmente hablando si existiría un deber morir.

En el afamado cuento de Asimov “El Hombre Bicentenario”, Andrew tiene el deber moral de morir si quiere alcanzar la condición de ser vivo, y en grado sumo, la condición de humanidad por la que luchó toda su existencia. Finalmente a esa existencia le pudo llamar vida, por lo que recién en el último momento de su vida supo que estuvo vivo. Allí se le reconoció como el hombre más longevo que jamás existió, pero tuvo que obligatoriamente morir. Para reconocer su propia individualidad tuvo que perderla. En resumen, “la sola existencia tiene por condición la muerte[20] no necesariamente hoy o mañana, o nunca, pero sí un día y es nuestro deber moral aceptarla y morir nuestra muerte.

Entonces el deber morir es necesario y moral en cuanto nos permite disponer nuestra existencia y justifica la existencia de la misma muerte. Quizás no sea aún un problema de la muerte el deber morir, pero eso no significa que no llegue el día en el que tengamos que preguntarnos ¿Estoy vivo?

Sobre el Deber Vivir

Si existiera un deber vivir se nos prohibiría disponer de nuestra propia muerte y por tanto de una parte intrínseca de nuestra existencia en este mundo. La siguiente frase la rescato de Hume y dice: “Si el suicidio es un acto criminal, tendrá que tratarse de una trasgresión de nuestra obligación para con Dios, con el prójimo o con nosotros mismos.[21] Por lo tanto tenemos que encontrar respuesta a esta pregunta tomando postura y una visión de mundo.

El hombre que escojo para responder esta pregunta es el de Schopenhauer, aquel en el que tenemos a “nuestro ser como voluntad de vivir[22] pero que en ningún caso “justifica apego alguno a la vida[23].

Y es que Schopenhauer concibe al ser en sí como necesario porque existe necesariamente. Lo explica diciendo que alguien considerará su existencia necesaria cuando tome conciencia de que existe luego de un tiempo infinito, es decir, una infinitud de cambios en los que él pudo no haber existido, pero existe, por lo que existe necesariamente. ”Si alguna vez pudo no existir, no existiría ya ahora.[24]. Va más allá diciendo que si existimos ahora, existiremos siempre, justificando la característica intrínseca del ser, que es indestructible, ya que somos el ser que llenamos todo el tiempo.

Es decir, nuestro ser en sí es indiferente a la causalidad puesto que aun así existimos. Aun cuando pudimos no existir existimos, entonces ¿Por qué no creer si logramos comprender este embrollo que tal como estamos en este momento aquí no nos deparan abiertas las raíces de cualquier futuro?

Claro, se dirá que es inconcebible una existencia del propio yo cuando ha cabido la destrucción del cuerpo (que es a lo que ahora la muerte se minimiza), pero no es menos inconcebible de que justamente estemos hablando de ello ahora.

El gran apego a la vida es el miedo a la muerte, pero este miedo no brota del conocimiento, porque eso querría decir que conocemos el valor objetivo de la vida, lo cual es un problema en sí mismo. Sino que nace de la voluntad originaria, esa voluntad vital que es ciega. Estamos retenidos en la vida por el ilusorio miedo a la muerte que es la pérdida de nuestra individualidad. Ya que se basa en la “falsa apariencia de que en ella (la muerte) el yo desaparece y permanece el mundo[25].

Pero la verdad es que “con el cerebro perece el intelecto, y con este, el mundo objetivo, su mera representación[26]. No es el ser en sí lo que desaparece, sino el intelecto que es lo único que se ve afectado por la muerte.

Cuando tenemos miedo de la muerte es una ridiculez, puesto que nosotros sustentamos la existencia, no la existencia a nosotros. Es un engaño que nuestra existencia termina con la muerte y es por eso que un deber vivir deja de ser problemático. Como dijo Séneca: “Es un mal vivir en necesidad, pero no hay ninguna necesidad de vivir en necesidad (A Dios gracias de que nadie pueda ser retenido en la vida)[27]. No existe en verdad la problematización del deber vivir, somos un pequeñez en comparación a lo que de verdad sustenta nuestra existencia, que es la voluntad de vivir que se afirma a sí misma y que cae en la especie.

En síntesis la muerte deja de problematizarse demasiado, pasa a convertirse en un intercambio de individualidades, que nacen al igual que el temor a la muerte que sustenta la vida (pero, haciendo claro hincapié en que no la justifica) por obra de la voluntad vital. La muerte queda como una leve reprimenda con la que se nos castiga por existir de esta forma y no de otra.

Somos parte de una forma de “Inmortalidad Temporal[28] en donde lo objetivo es que la especie se presenta indestructible (por el ser en sí indestructible) y donde lo subjetivo es que la conciencia no lo es.

Encontramos que la vida es un simple “natus et denatus[29] y que la muerte nos ayuda a librarnos de una individualidad que no es nuestro ser.

CONCLUSIONES

  1. La muerte es parte de nuestra existencia. No corresponde por tanto llamarla un punto final, sino más bien lo que hace que nos mantengamos en distintos grados apegados a la vida.
  2. La única razón por la que el hombre y mujer modernos viven es porque otra fuerza que no es la muerte hace que vivan y actúen. La ganancia y el trabajo hacen mover el mecanismo del reloj de la vida. Si se aferran a la vida es porque son completamente indiferentes a la muerte. Tanto como los demás hombres que se aferraban a la vida por tener conciencia del temor a la certeza de la muerte, el hombre moderno al no tener conciencia y reprimir la idea de la muerte se aferra a la vida mientras no tenga razón alguna que diga lo contrario.
  3. El deber vivir se deja de problematizar cuando por diversas interpretaciones se llega a la conclusión de que existimos más allá de esta manera y se toma conciencia de que nuestra individualidad no es lo que realmente somos. Por lo que vivir o morir son transables entre sí, depende simplemente del criterio subjetivo del sujeto al comparar los problemas que presenta la vida o el problema que presenta la muerte.
  4. El hombre desde sus inicios ha estado siempre en confrontación con la idea de la muerte y es eso lo que ha impulsado la imaginación, los demás problemas filosóficos, la ciencia, el desarrollo de su intelecto, etc. Vive con la esperanza de vencerla algún día. Vive con el miedo a no vivir lo suficiente.

“pero morir voluntariamente, a gusto, alegre, es privilegio del resignado, de aquel que ha suprimido y negado la voluntad de vivir. Pues solo él quiere morir realmente y no en apariencia, por lo que no necesita ni reclama una permanencia de su persona. La existencia que conocemos la abandona con gusto: lo que tendrá a cambio es, a nuestros ojos, nada; porque nuestra existencia, en comparación con aquello, no es nada. La creencia budista lo llama nirvana, es decir, extinción”.

Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación II


[1] Jankélévitch, Vladimir (2004). Pensar la muerte, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, pp. 15

[2] Scheler, Max (2001), Muerte y Supervivencia (Trad. Xabier Zubiri), Ediciones Encuentro, Madrid, pp. 18

[3] Jankélévitch, Vladimir .op. cit. pp. 23

[4] Morin, Edgar (2003). El hombre y la muerte. Editorial Kairós, 4 edición, Barcelona, pp. 23

[5] Morin, Edgar. op. cit. pp. 24

[6] Montaigne, Michel (1968). Ensayos completos, vol 1, Editorial Iberia, Madrid. Pp. 158

[7] Jankélévitch, Vladimir .op. cit. pp. 18

[8] Schopenhauer, Arthur (2005), El mundo como voluntad y representación II. (trad. Pilar López de Santa María) Editorial Trotta, Madrid, pp. 515

[9] Schopenhauer, Arthur, op. cit. pp. 518

[10] Schopenhauer, Arthur, op. cit. pp. 541

[11] Jankélévitch, Vladimir, op. cit. pp. 78

[12] Jankélévitch, Vladimir, op. cit. pp. 47

[13] Scheler, Max, op. cit. pp. 39

[14] Scheler, Max, op. cit. pp. 29

[15] Scheler, Max, op. cit. pp. 36

[16] Scheler, Max, op. cit. pp. 40

[17] Scheler, Max, op. cit. pp. 41

[18] Román, Begoña (2007). La fundamentación Kantiana del deber de vivir. Revista Laguna, pp. 10

[19] Braudillard, Jean (1993).Sobrevivencia e inmortalidad (Ensayo). Conferencia pronunciada el 16 de Marzo de 1993 en el Teatro Municipal de Santiago, pp. 4

[20] Jankélévitch, Vladimir, op. cit. pp. 36

[21] Hume, David (2011). Ensayos morales, políticos y literarios (trad. Carlos Martín Ramírez) Editorial Trotta, Madrid, pp. 495

[22] Schopenhauer, Arthur, op. cit. Pp. 518

[23] Schopenhauer, Arthur, op. cit.  pp. 518

[24] Schopenhauer, Arthur, op. cit. pp. 542

[25] Schopenhauer, Arthur, op. cit. pp. 553

[26] Schopenhauer, Arthur, op. cit. pp. 553

[27] Séneca (1955). Cartas morales a Lucilio, Editorial Iberia, Barcelona, pp. 140

[28] Schopenhauer, Arthur, op. cit. pp. 536

[29] Schopenhauer, Arthur, op. cit. pp. 548