La Relación del Hombre con el Mundo

Reseña de “Casa de Muñecas” y de “El Árbol” (2015)

Luego de leer a buenas y a primeras “Casa de Muñecas” de Henrik Ibsen y “El Árbol” de María Luisa Bombal, me sorprendieron las relaciones que tenían las protagonistas con sus maridos o los hombres en general.

Podemos escabullirnos sin mayor esfuerzo entre los capilares de sus diálogos, de sus formas y expresiones, de sus pensamientos y acciones con el fin de descubrir aquella sustancia que determina el espectáculo de sus relaciones.

Y no es menor a sabiendas de que son narraciones ambientadas en dos periodos históricos diferentes que quizás lo único que no comparten es la forma de retratar, con la más perfecta gracia en sus respectivos estilos, sus propias, separadas y abyectas realidades.

Y el hecho de que sean tan idénticas relaciones, quizás las segundas de “El Árbol” heredadas por la moda servil al acomodo de los “tiempos jerarquizados”, donde unos no pueden por regla convencional compartir el “desarrollo cultural” de los otros al mismo tiempo, nos hace pensar primero en un proceso extremadamente lento de “cambio”, de trascendencia hacia nuevas convenciones más justas que busquen las libertades y derechos de, a fin de cuentas, hombres y mujeres por igual y, segundo, en cómo sostenidamente, al igual que un susurro casi imperceptible, sabemos que ambos relatos quieren hacernos sentir el mínimo de empatía suficiente para reflexionar y ser observadores del fin de sus propios tiempos, con la pregunta tácita de cuándo será el turno del nuestro.

Es una revolución que recorre como fantasma los párrafos y diálogos de ambas historias en los reales periodos históricos que dibujan, obviando la forma en como lo hacen.

Sobre el hecho de que ambos relatos se centren en dos protagonistas que trascienden al antiguo sistema “patriarcalizado” y avanzan sin rumbo fijo, como una flecha lanzada al aire, es que es necesario entender justamente a ese sistema que dejan atrás, en unas pocas premisas: el mundo, y toda la multiplicidad de procesos y de criaturas que se dan en él, fueron “queridos” en un único designio de creación, al servicio del hombre.

Sólo al hombre se le encuentra absolutamente valioso, querido por sí mismo. El mundo es un mundo para el hombre, porque el hombre es un ser en el mundo. En este sentido, la relación entre el hombre y el mundo es necesaria, por lo que sin relacionarse y “metabolizar” con el mundo el hombre no puede ejercer su existencia. De lo anterior deducirle cada sucia arista al sistema se vuelve sencillo.

Claro ejemplo es cuando el sistema conserva en su primitivismo más cómico, el hecho de que en los relatos los hombres mantengan una relación con unas protagonistas “animalizadas” u “objetivadas”. Para explicarme mejor, citaré algunas de las palabras referidas a las protagonistas, que en el momento de ser leídas me causaron más de una triste sonrisa, entre ellas están “ardillita”, “venadito asustado”, “pajarillo”, “alondra” y “muñeca”, que representan para mí digno y claro ejemplo de la necesidad de control del hombre sobre el mundo cimentado en premisas prehistóricas, que excluyen a todo ser diferente del hombre mismo, convirtiéndolo en el “dictador del mundo”.

Premisas justificadoras de sus tiempos, porque finalmente eran el sustento de su sistema perfecto, organizado en tradiciones y rutinas crueles, indiferentes al sentir de la mujer subyugada y atada de manos, porque aunque fueran aquellas relaciones de las más primitivas, de protección, de costumbre o rutina, de responsabilidad acaso, las mujeres al final de los relatos no escapan del mundo del hombre, si no que sacrifican la poca realidad que les pertenece por una fantasía que llamamos muchas veces utopía, y que llegará décadas después, o no llegará para ellas.