Pareciera que falta tiempo para hacer locuras y dejarse llevar por la aventura. Por ello, la aventura en general siempre está presente, diría mi yo menos modesto. El problema es que muchas veces no nos atrevemos a zarpar porque, después de todo, se trata de la más pura incertidumbre.
Sin embargo, me considero una persona que, dependiendo del contexto, confía muchísimo en su instinto, y este me decía que era una excelente aventura de verano el Viajar a Arica.
Pero lo divertido de todo esto es el rastrear, si se le puede llamar así, el origen y final de esta aventura. Resulta que por esas casualidades, que se dan creo yo mucho más seguido en la Era Digital, conocí a Nachito Gei: un activista de mi edad, administrador público de la U. de Tschile, muy buena onda y guapito, co-fundador de una ONG sobre Juventud y DDHH, que resultó ser de lo más interesante.
La cosa es que con Nachito Gei nos llevamos bastante bien desde el principio y, podríamos decir, compartimos harto tiempo juntos a través de distintos medios, prácticamente de manera natural. Y resultó ser que, de la misma manera, un día de esos me comentó que en Arica se iba a realizar el Carnaval de Arica o el “Carnaval con la Fuerza del Sol”, y que pensaba volver allí para también aprovechar de ver a su familia.
Y una ahí, quizás un poco más optimista de lo habitual, escuchó a su instinto que le gritaba: “Escápate con el Nachito Gei weonaaa, escapa de Santiago algunos días!!!“. Así fue como, ese mismo día, compramos los pasajes de avión, juntos.
Sin embargo, lo que no esperaba mi instinto era que, prácticamente al día siguiente o al par de días de efectuada tal espléndida maniobra, el Carnaval se tuvo que cancelar por culpa del Covid-19.
La verdad es que ese plot twist no ha dejado de maravillarme porque sentí que, dentro de todo, solo quería Viajar a Arica, y que mi instinto no se había equivocado solo por el hecho de haberse cancelado el Carnaval. Así pasaron los días hasta el viaje, reservé un depto. en pleno centro de Arica, y le avisé a mi jefa querida que iba a seguir trabajando desde fuera de Santiago.
Una cosa que debo comentar, creo que aquí, es que me encanta muchísimo el Norte de Chile, pero nunca había viajado a Arica anteriormente, cuestión que probablemente también influenció a mi particular instinto.
Por cierto, hace poco conversaba con Nachito Gei y le decía que, en el fondo, para mi el Norte, el desierto, era un lugar que me daba mucha tranquilidad, un lugar que uno podría considerar vacío a simple vista pero que, en cierto sentido, estaba muy vivo y era lo suficientemente denso como para permitir el poder concentrarse en las cosas que, maybe, importan más.
El Norte, de esta manera, pareciera convertirse en una verdadera escapada, una aventura cargada de expectativas medias ambiguas, donde uno tiene la oportunidad de expresarse, de ser más que solo el “uno mismo” al que se está acostumbrado.
Pero, volviendo al tema del viaje, ocurrió que en el avión se le quedó al Nachito Gei su Ipad (porque ahora es un chico Apple), aunque no nos percatamos hasta horas después de tal suceso. Esto, para ser sincero, sí me causó -y obviamente a él también- bastante ansiedad, pero en mi caso seguramente esta fue alimentada más que nada por mi empatía, diria que inconsciente, y porque ponía muy en entredicho a mi instinto y la confianza que había depositado en el Viaje a Arica.
Algo que también rescato de este viaje fue que, por alguna razón y aunque tenía bastante amsiedad a causa de lo ocurrido, creo que nunca dudé de que íbamos a poder recuperar el Ipad del Nachito Gei, cuestión que gracias a un poco de tiempo extra, que dediqué cuando volví a Santiago, se pudo materializar.
Así fue como, al llegar a Arica, nos fuimos directamente a la casa de la familia del Nachito Gei. Allí nos recibió la Tía María, la matriarca del hogar: una señora muy dulce y encantadora, preocupada, atenta y especialmente muy expresiva, que primero me vio “feo” (como se dice entre nos), naturalmente pienso yo, pero que siento luego se abrió sin mucho problema a que el Nachito llegara con compañía.
Mejor dicho, diría que la palabra correcta fue que logramos llegar a la casita familiar. Para dejarlo en simple, el Norte está pasando por una crisis migratoria que llevó, luego del lamentable asesinato de un joven camionero, a que el terrible gremio de los camioneros agudizara sus cartas en el asunto (cortando carreteras) y, como si la tónica no pudiera ser otra, imponiendo una agenda al mediocre gobierno que -creo que con mucho gusto- aceptó sacar el santo remedio de los milicos. Mi opinión respecto a la crisis migratoria seguramente la trataré en otra entrada del Blog.
Continuando la narración, en la casita familiar tomamos un desayuno de esos bien recuperadores y me puse a trabajar durante la mañana, porque una tiene que -y puede buenos mal- costearse este tipo de aventuras. Luego de almorzar una cazuelita casera exquisita, con Nachito partimos a hacer el check in al depto. que había arrendado por los días que me iba a quedar por allá.
El depto. era pequeño pero acogedor, notablemente recién remodelado en un edificio antiquísimo en pleno centro de Arica. Estaba decorado de manera muy simple, la cama era suave y se notaba el cuidado y la profesionalidad del anfitrión que, por cierto, fue muy acogedor y atento también. Seguramente el mayor de los hallazgos -y regalos- que traía consigo el depto. era que contaba con un ventilador vertical, muy útil especialmente en esta época del año en donde el calor y la sequedad del aire, aun cuando la ciudad es costera, se hacen sentir en toda su plenitud.
Cabe destacar que Nachito también fue un muy buen anfitrión. Al respecto, eso sí, debo parafrasear que me decía que “el tiempo correcto o justo, para quedarme en Arica, son dos semanas, ni más ni menos“.
Lo anterior creo yo merece una explicación. Nachito Gei estudió durante su adolescencia en el Liceo A-1 de Arica y en general se lleva muy bien con su familia. Sin embargo, como vive y trabaja en Santiago desde hace un tiempo, y habiendo abandonado ya el nido, naturalmente la visita a Arica, de alargarse, podría hacerse incómoda por decirlo menos.
El reconectar con la familia, los problemas y alegrías de cualquier familia modesta -y de izquierda-, las y los hermanos, padres y amigues, les últimos por cierto también avecillas independizadas, son cuestiones que, para cualquiera, pueden llegar a ser agotadoras sino se toman con calma y bajo condiciones, digámoslo así, que consideren límites razonables tempo-espaciales.
Aplicando aquellas condiciones, el Nachito Gei aprovechó de quedarse en mi depto. algunas noches y días, incluida la noche de San Valentín, pero siempre preocupándose de compartir tiempo con su familia. Porque sí, queridos lectores y lectoras, dio la casualidad de que el Viaje a Arica terminara, simplemente de pasada, contemplando el día de San Valentín, cautivadora casualidad como las muchas que cualquier aventura puede llegar a tener.
Como era de esperarse, durante esos días la familia del Nachito me sacó a pasear. Por ejemplo, me llevaron a la playa El Laucho a tomar tecito una tarde de domingo, y aprovechamos con el Nachito Gei incluso de salir a andar en Kayak (no sé si se puede decir así), rodeados de medusas que daban una ansiedad tremenda.
Recuerdo también la salida en auto en el que el Tío Américo, padre de Nachito, nos llevó a conocer el Morro de Arica y el Humedal del Río Lluta, luego de conducir por horas tratando de que el paseo fuera lo más ameno posible, cantando entre todes canciones pop y, como no podía faltar, parte del soundtrack de la película de Disney Encanto.
Por su parte, con Nachito Gei nos brindamos mutuamente -espero- una agradable compañía en el depto., y así fue como aprovechamos de ver anime, específicamente Death Note en un canal de 24 horas de transmisión ininterrumpida, y la temporada 2 de Euphoria, en la que no alcanzamos a ponernos al día, para bien o para mal.
Por si fuera poco, Nachito me llevó a tomar con uno de sus amigues cola del colegio, el Edu, un completo personaje sacado de la más pintoresca novela LGBTQ+ que puedan imaginar: simplemente maravilloso. Ahí, y junto con unas nuevas amigas que hicimos, la pasamos regio-estupendo cerca de la playa de Arica, en lo que se conoce como Los Tetras, con música y conversaciones igual de pintorescas, baile y bastante más alcohol del que seguramente yo y el Nachito habíamos podido imaginar.
Además, el Nachito Gei aprovechó de llevarme a conocer el pueblo de San Miguel de Azapa, para visitar el Museo Arqueológico San Miguel de Azapa, donde está la colección de momias chinchorro más grande del país, con justa razón. Luego de aquello, también me llevó a conocer y a comprar al Agro de Arica, un balcón y centro similar a La Vega en Santiago, pero que destilaba multiculturalidad, y de donde me llevé las famosas aceitunas ariqueñas y algunas guayabas, exquisitas por cierto.
Y, por supuesto y como no faltaba más, el 14 de Febrero el Nachito Gei, quien se considera así mismo poco romántico, me llevó a comer al centro de la ciudad, para luego ir a ver la puesta del sol en la Ex Isla del Alacrán, una experiencia bastante bomnita, como diría yo. Para finalizar ese día, luego me llevó al Salón de Té 890, el que es reputado por sus tortas y dulces en la ciudad.
En resumen, la pasé muy bien y creo -espero- que Nachito Gei igual. Aunque cuesta muchas veces leerlo, porque incluso él mismo se considera poco expresivo, aquellos momentos en los que su libro se abre, de par en par muchas veces y quizás sin notarlo, permiten vislumbrar de manera muy especial su personalidad, sus emociones, sus preocupaciones, e incluso pensamientos. Si fuera una pintura, la de Nachito Gei trataría de una serenidad que respira colores.
Así, el Viaje a Arica inspiró muchas cosas. Aun cuando, por ejemplo, se cancelara el Carnaval o no hubiese podido conocer las “Cuevas de Anzota” (porque las dos veces que intentamos ir estaban cerradas por falta de agua potable), creo que el Viaje a Arica inspiró un sentimiento en mí que creía había perdido: el de la aventura, el de dejarse llevar y confiar más en uno mismo y, especialmente, el de compartir y tratar de regalar momentos, ojalá especiales.
Recuerdo con mucho cariño que la Tía María me sonreía cuando me regalaba puchitos, porque quizás eso le permitía a ella misma encontrar una excusa, más o menos legítima, para sacarlos de su bolso.
O cuando el Tío Américo me llenaba el vaso, sin pedirlo o insinuarlo, con pisco sour o con piscola bien cargada. Una mención especial se la lleva la hermana del Nachito Gei, que risueñamente se encargaba de hacerme reír mientras nos juzgábamos mutuamente.
Agradezco también especialmente las historias que me contaron, historias de todo tipo y épocas que resumían la vida de su familia, lo que tuvieron que hacer para estar donde están ahora, la historia de los hijos que pudieron educar y que han podido gracias a eso, hasta ahora, cumplir -espero- sus anhelos. Aprecio entonces haber podido presenciar ese cariño fraterno y la preocupación tanto por el futuro como por el pasado, de Chile y de su familia.
Destaco al hermano mayor del Nachito Gei, el ahora Profe, que estudió en Santiago al igual que yo en un colegio emblemático, pero internado debido a la distancia, y que me regaló uno de los mejores asados que he tenido la oportunidad de probar.
Recuerdo a la Lissette, pareja del ahora Profe, que desde el principio intentó incluirme en las conversaciones de la familia y que no perdió oportunidad alguna para sacarme sonrisas y contarme anécdotas que agradezco profundamente.
Una mención especial se la lleva la Martina, sobrina del Nachito Gei. Esa niña es extremadamente especial, una hija del siglo XXI que, también por esas casualidades, nos acompañó en Santiago a mi y al Nachito Gei la primera vez que nos pudimos conocer en persona, ya que debido a la pandemia no había existido esa posibilidad.
La Martina, aunque no fue una muy buena guía turística en Arica, fue y -espero- que siga siendo ese sonido, esa melodía que lleva la batuta en aquella orquesta familiar.
Diría que me quedo con la sensación de querer volver. La excusa para esa aventura eso si en la próxima ocasión será otra. Pero agradezco que esa sensación sea más bien de querer volver por más, entregar más. Quizás no sea en compañía del Nachito Gei, obviamente ojalá que sí, pero sin duda iría a visitar todo otra vez, e intentaría visitar todo lo nuevo, y lo que falta.
Finalmente, agradezco al Nachito Gei por dejarme acompañarlo y por entregarme momentos que espero no olvidar. Después de todo, no sé si yo mismo hubiera hecho lo que hizo él por mí, ni sé si pude compensarlo un poco al menos durante el viaje.
Un Viaje a Arica que terminó siendo en San Valentín –sin ser San Valentín-. Una aventura de verano que tuvo un poco de todo: cafetería de exquisiteces; carrete en la playa y en un auto; puestas de sol y salidas romanticonas por naturaleza; curanderas familiares; besos y abrazos; un asado delicioso; tecito en la playa; alcohol y puchitos; política; buenas conversaciones; anime; series; y comida y más comida, algo que nunca puede faltar.














