Hace unos días solamente comencé a escuchar el afamado podcast Weona que creici gracias a la recomendación de varios de mis amigues. Y encuentro razón cuando se me menciona que aquel podcast, de alguna u otra manera, permite compartir un espacio en el que parte o gran parte de la comunidad LGBTQ+ puede sentirse identificada, lo que en síntesis resulta muy valioso.
Valioso porque se habla de las relaciones de una manera pública a la que no estamos completamente acostumbrados. Allí, los trapos sucios de las relaciones, especialmente homosexuales, se ventilan sin mucho más pudor que el estrictamente necesario, lo que permite poder generar empatía y puntos de comparación: no estamos solos.
No estamos solos cuando se trata de pensar en la manera en la que nos relacionamos. Existen miles y cientos de personas que, como nosotres, han vivido experiencias de toda índole cuando se trata de interactuar y relacionarse entre nosotres. Experiencias que en cierto sentido permiten acallar en algunos grados la ansiedad que resulta de no conocer, -y de existir-, patrones o estándares en una comunidad que, de la misma manera, ha sido acallada pero que poco a poco encuentra nuevos espacios para compartir y expresarse.
Una de las cuestiones que más me ha llamado la atención desde que empecé a reconocerme como homosexual fue la de tratar de entender cómo nos relacionamos entre nosotres, cuáles son los caminos correctos o incorrectos al momento de relacionarnos, o de qué manera debo enfrentar ciertas situaciones que simplemente no se dan de la misma forma que en una relación heterosexual.
Un primer acercamiento a aquella interrogante la encontré en mi juventud de la mano de un anciano pensador, Zygmunt Bauman, especialmente gracias a sus libros Tiempos Líquidos y Amor Líquido. Y ahora, gracias a Weona que creci, creo poder entender un poquito más esas interrogantes que carcomieron y siguen carcomiento muchas veces algunas de mis noches blancas de insomnio.
Sucede que más allá de toda interrogante, la modernidad líquida en la que vivimos se sustenta en un tipo de relación humana igualmente líquida: la conexión. Aquel tipo de relación ha alcanzado tal nivel de desarrollo hoy en día, especialmente dentro de nuestra comunidad, que aplicaciones para celular son creadas para explotar esos tipos de relación. Tinder y Grindr son solo ejemplos específicos de esto, pero que nacen de un conjunto interconectado de conexiones a través de internet: las redes sociales en general.
Las redes sociales son, básicamente, espacios y redes de conexión entre personas. El problema es que este tipo de relación se ha vuelto el tipo de relación de este siglo, y ha empezado a extrapolarse a nuestras relaciones interpersonales, más allá de internet. Y este más allá de internet se ha visto reducido últimamente por culpa del Covid-19, pero como si de una olla a presión se tratare.
Así, de una conexión no puede esperarse otra cosa que lo siguiente: una desconexión. Y cada día que pasa nos damos cuenta que, de a poco, se nos hace cada vez más fácil desconectarnos. Incluso las apps o redes sociales que utilizamos nos lo hacen más fácil: con un solo click podemos bloquear a alguien o restringirles acceso, podemos simplemente ignorarnos e ignorar, podemos conectar y en verdad no establecer ningún tipo de red propiamente tal. Empezamos a hablar en esos términos cuando nos relacionamos ¿Parece bastante desolador, no?.
Pero no es que conectar sea malo per se. Es más, diría que hemos aprendido a vivir con ello tal como debemos aprender a vivir con el drama (porque querámoslo o no, el drama siempre estará ahí, especialmente entre nosotres). Pero si no logramos tomar conciencia de aquello, los discursos relativos a responsabilidad afectiva o la capacidad de poder entregarnos o abrirnos a la posibilidad del poliamor resultan ser vanos, vacíos.
Tomar conciencia de si se quiere una conexión o una relación es la gran decisión que debemos tomar cuando interactuamos y nos relacionamos entre nosotres. O mejor dicho -y ojalá-, cuánto grado de conexión va a tener tal relación que tengo o busco tener.
Ahí, lo importante en primer lugar, diría yo, es saber comunicar lo que queremos y lo que sentimos, y a veces incluso eso puede llegar a ser problemático, especialmente cuando la relación comienza como una simple conexión, y aun más si esa conexión se hizo a través de internet.
¿En qué momento debemos tener presente que solo se trata de una conexión o de una verdadera relación? ¿Cuánto o qué es lo que podemos llegar a esperar de nuestras interacciones? En Weona que creici, por ejemplo,-y creo que también me ha pasado (lo que de alguna u otra forma me calma)-, podemos vislumbrar ese miedo o incertidumbre al darnos cuenta que no sabemos qué es lo que tenemos o somos con cierta persona.
En esos momentos podemos darle un nombre: relación líquida. Líquida, porque además no sabemos si la otra persona piensa que aquella relación es o no líquida, o si se le ha pasado por la cabeza que puede ser más que una conexión o una relación con un grado más cierto de seriedad.
Y aquello no solo es aplicable a relaciones de índole amorosa, sino que a todo tipo de relaciones. Podemos tener certidumbre con ciertas cosas o incertidumbre con otras, lo que lleva inevitablemente al drama, drama que podría ser hayamos dicho desde un principio queríamos evitar por distintas razones.
Sin embargo, ahí está. Siempre. Y aprendemos con el tiempo a vivir con él. Aprendemos a hablar de él, y a sacar a ventilar los trapos sucios o limpios de nuestras relaciones en tercera persona. A veces incluso simplemente decidimos vivir en la ignorancia, aprendemos a olvidar. O aprendemos a vivir un sin número de conexiones al mismo tiempo, tratando de adivinar cuál será la verdadera relación que buscamos.
Como se podrá observar, se trata de un tema en el que el aprendizaje, el saber leer y escuchar, a entendernos, resulta de lo más primordial. Weona que creici nos ayuda en este aprendizaje (porque abre un espacio de reflexión) y permite darnos cuenta que cada persona es un mundo y no podemos esperar aplicar los mismos estándares o caminos que utilizamos anteriormente. Sin embargo, la persona de la que sabemos más, en cierto sentido, somos nosotros, y podemos elegir.
Esta elección, al menos por mi parte, se ha materializado en ser lo más sincero posible. El poder ser sincero creo que ha sido de las decisiones conscientes que más me ha costado trabajar. A veces se trata de la voz de mi psicóloga, para corregirme. En otras ocasiones, me logro ver a mi mismo de una manera parecida a la objetividad, en la que soy capaz de comparar lo que quiero y lo que estoy haciendo en un momento determinado.
Sinceridad y comunicación. Ello es lo que puedo entregar tanto para tratar de poder vivir conmigo mismo y mis ideales, como para tratar de entregar lo más posible de mi. Puede ser que aquella mezcla se confunda con lo que muchas -y yo mismo- llaman intensidad. Otras ocasiones, puede confundirse con ternura, con historias, con libros o series, con conversaciones simples, con preguntas difíciles o fáciles, con frases cursis o las bromas más pesadas.
Porque aunque elijamos, el camino en nuestras relaciones, líquidas o no, nunca está predefinido. No estamos en principio obligados a nada, pero al mismo tiempo estamos obligados a todo. Nos descubrimos a medida que avanzamos, tomando decisiones que resultan importantes porque no solo pueden llegar a afectarnos a nosotres, sino que también al resto, o a aquella persona con la que nos relacionamos.
Y ahí pueden haber equivocaciones, errores, o triunfos weona. Pueden haber consecuencias que deberemos asumir o no. Responsabilidades. Comunicaciones completas o incompletas. Mensajes o frases dichas o no dichas. Poemas escritos o no escritos. Sentimientos expresados o no. Fracasos.