Reseña de “El Ruletista“
Recuerdo perfectamente la primera vez que escuché hablar de la novela corta titulada El Ruletista, del afamado escritor rumano Mircea Cartarescu. En aquel entonces, tratando de llenar un vacío luego de leer algún otro libro, le consulté a un profesor de lenguaje alguna recomendación de lectura.
Justo en sus manos tenía una edición en español de El Ruletista. Me miró a los ojos, miró al libro, y luego me lo extendió sin decir palabra alguna, mientras una pequeña sonrisa asomaba en su rostro arrugado y moreno.
Inmediatamente bajé a leerlo y, luego de aquella ocasión, debo de haberlo releído un par de veces más, fascinado con la habilidad del autor de expresar cuestiones que se asemejan, en gran medida, al estilo del realismo mágico latinoamericano, pero con un interesante toque europeo y bañado en el onirismo moderno.
La novela, de fácil y rápida lectura, es narrada por un viejo escritor que va cambiando de posición dentro de la propia historia, y que en cierto sentido es parte de la misma. Por un lado, nos encontramos a un narrador de avanzada edad y ad portas de la muerte, el que nos invita a leer una historia completamente verídica, la historia del Ruletista. Por el otro lado, nos encontramos al narrador de joven, contándonos de primera fuente -y hasta lo que sabía- respecto de las hazañas del Ruletista.
En ese sentido, el estilo narrativo no cambia a lo largo de la novela, sino que más bien te atrapa, especialmente, con los saltos de posición del narrador. Por un lado, el viejo escritor, en su afán de contarnos la historia, nos dice que:
“Ya no puedo escribir siquiera una página al día. Me duelen constantemente las piernas y las vértebras. Me duelen los dedos, los oídos, la piel de la cara. ¿Qué habrá, qué existirá después de la muerte?”
Entonces, además, el propio escritor de esta novela deja bien en claro que está harto de escribir literatura, cansado de no poder escribir sobre sí mismo porque una mano ajena le posee cuando escribe. Nos cuenta sobre sus pensamientos y sentimientos, sus defectos y triunfos, enriqueciendo el relato con la meta-textualidad, casi tratando de autoconvencerse de que hizo algo con su vida, aunque reconoce que todo lo que ha escrito ha sido una “penosa impostura”.
El personaje del escritor en las novelas y cuentos de Mircea Cartarescu son una tónica que ameritaría un ensayo selecto sobre su obra, y especialmente cómo él mismo, se podría decir, trata de reflejarse con ese tipo de meta personaje.
En cambio, el Ruletista es descrito como “un niño brutal, de rostro sombrío”, que de adolescente tiene “arrebatos de furia epiléptica” y es condenado por violación y robo. Tras salir de la cárcel como adulto se convierte en un vago que pide limosna en bares y callejuelas, hasta que su vida cambia cuando conoce el macabro e interesante juego de la Ruleta Rusa. Mientras esto ocurre, el escritor nos cuenta que él publicaba sus primeros relatos y se daba a conocer.
El narrador no deja de repetir incansablemente que el Ruletista si existió, que vivió en nuestro mundo y que respiró el mismo aire que todos nosotros. Así, el escritor quiere seguir existiendo: nos habla de la inmortalidad, de su esperanza de la otra vida después de la muerte, de su juventud y la envidia que sufría al ver que sus compañeros si tenían la capacidad de creer en Dios o definitivamente negar esta fe. El narrador toma esta historia como un proyecto de vida que desea que lea la propia Muerte.
En el texto encontramos entonces a dos personajes principales: uno con las más férreas ganas de morir que uno haya tenido la oportunidad de conocer y otro que, por el contrario, desea subsistir interminablemente en lo que entendemos ampliamente como vida. Este contraste es patente a cada minuto y, tal como ocurre en relatos que tocan temáticas similares, nos obliga a tomar posición respecto de la vida y de la muerte, del deber vivir y del deber morir.
La novela además describe de manera tan macabra y directa el juego de la Ruleta Rusa que, como espectadores de la historia, no tenemos otra opción que suspirar con cada nueva hazaña del Ruletista. Ahí dónde pudo haber muerto, ahí dónde debió haber muerto, el Ruletista se alzaba con la victoria frente a la Muerte, como si la propia Suerte personificada estuviera de su lado.
Más allá de toda interpretación, y perdonando lo que podría ser considerado como un spoiler, la novela solo cobra sentido en la medida de que el Ruletista muere. Aquello convierte la historia en una que otorga aquello que promete: la ficción como realidad, el sueño como parte inseparable de la realidad.
No por nada el propio Mircea Cartarescu ha dicho públicamente que “el sueño no es una huida de la realidad, es una parte de la realidad trenzada de forma inseparable con todo lo demás“. Y si entendemos a la realidad como aquello que consideramos vida, ambos personajes consiguen lo que buscan de una manera que, llevada a los extremos, funciona -narrativamente hablando-.
El Ruletista entonces, como persona, cobra sentido en la medida que muere, en la medida de que su historia termina con la muerte. La muerte en ese sentido es lo único que, como a todos nosotros, justifica la existencia y el proceso vital, entendiéndola como una negación de la muerte.
Por su parte, el escritor cobra sentido al terminar su novela, aunque se engaña. Se trata de un personaje que encarna lo que podríamos llamar el hombre moderno, esto es, el que se niega a morir para sí mismo, el que se niega a morir su propia muerte. El dilema es que se trata de un engaño, un engaño que trata de hacer pasar como ficción lo único que no es ficción: la muerte de uno mismo.
Así, la negación interminable de la muerte y la búsqueda de la inmortalidad se presentan frente a nosotros como un reflejo, un autoengaño, una pequeña broma que puede llegar a sacarnos una leve sonrisa: el mismo tipo de sonrisa que apareció en el rostro arrugado y moreno de mi profesor de lenguaje al recomendarme este libro.